William Mebarak (80) es el padre de la cantante
colombiana. Un hombre que entre sus varios trabajos incluye el de
escritor. Acaba de lanzar su quinto libro, corregido y editado por su
famosa hija. Fuimos a su casa en Barranquilla para conversar el tema. Y
lo acompañamos en su exclusivo lanzamiento en Bogotá
-A los diez años Shakira tenía quince canciones escritas- dice su padre, William Mebarak.
Es un hombre de una vitalidad arrolladora, que esta mañana habla de la estrella que es su hija con la minuciosidad de un biógrafo de celebridades. Está sentado en la luminosa sala de su apartamento, de pisos de madera pulida y grandes ventanales, por los que penetra el resplandor del sol de la costa atlántica de Barranquilla, en Colombia. Aunque el propósito de esta visita es hablar del libro Al viento y al azar, que él acaba de terminar de escribir, se entusiasma como cualquier padre al que le preguntan por su hija y deja para después su libro. A su lado está sentada Nidia Ripoll, su esposa y madre de la cantante. Es una mujer alegre y que, según su hija, tiene cierto aire a Michelle Bachelet. Un parecido que causó que el día que Shakira conoció a la ex presidenta en un acto oficial no resistió la tentación de ir a abrazarla: "Me recuerda a mi madre", le dijo.
Afuera, el aire pesa casi 40 grados pero aquí, adentro, en lo alto de esta torre de amplios apartamentos que miran al río Magdalena, la atmósfera es refrescante. Desde la sala contigua nos observa el retrato de la cantante ilustrado en óleo.
-Vi en el periódico que había un concurso de canto, y le dije a William: "tú dices que Shaki canta bien, déjala que participe" -recuerda ella como quien viaja dos décadas en el tiempo. Entonces, continúa narrando el origen de una leyenda del pop sin asombro alguno.
-Shaki, hay un concurso de canto para niños, ¿quieres participar?
-¿Yo sí canto bien, mami?
-Tu papá dice que cantas bien.
-Bueno, déjame que yo en la noche te contesto -le pidió Shakira.
Su madre ahora se ríe e interrumpe su propio relato:
-Ella siempre fue una viejita. Siempre salía con esas cosas. En la noche le pregunté: ¿qué has pensado entonces? Y ella me dijo, sí mami, sí voy a participar.
Mientras Nidia Ripoll parece haberse trasladado a la tarde en que le trazó sin querer un futuro promisorio a su única hija, William Mebarack la contempla fascinado, detrás de unas gafas de sol que usa en el día. Pareciera que él también recordase aquella escena como si hubiera ocurrido hace muy poco. La madre de Shakira cuenta que le pidió que se sentara a su lado. Ya que su hija se iba a enfrentar por primera vez a una competencia, ella decidió explicarle, por si acaso, cómo funcionaba el mundo.
-Shaki, ven que te quiero decir algo -le advirtió con cariño-. Tú al participar ya ganas, porque no cualquiera puede participar. Así que ya eres una ganadora. Vas a estar en un concurso donde habrá niños que canten mejor o peor que tú. El jurado es gente que se puede equivocar y se puede inclinar hacia otras personas, ¿entiendes?
-Yo sí voy a cantar y voy a ganar -recuerda Nidia Ripoll que le dijo su hija de diez años, antes de que alguien pudiera predecir que esa niña de voz inclasificable ganaría por tres años ese concurso.
Shakira siempre tuvo una seguridad demoledora.
Fue durante una temporada de conciertos en México cuando a Shakira le llegó el manuscrito del último libro de su padre. William Mebarak le había pedido que leyera cada página con bolígrafo en mano, y que le hiciera el favor de marcarle todas las sugerencias. Ella lo tomó muy en serio. Después de cada concierto, bajaba del escenario, llegaba a su hotel, se ponía piyama y trabajaba como editora de su padre. Le marcaba párrafos, le tachaba repeticiones, le sugería cosas. Ella había aprendido de él aquella devoción por las palabras, por escogerlas, por combinarlas, por escribirlas. No quería defraudar la responsabilidad de ser la primera lectora de aquel quinto libro, que sería el más difundido de todos.
William Mebarack había publicado su primer libro en los años 50 y desde entonces, al volver a casa luego de su trabajo, se sentaba a escribir sin parar, durante horas. Siempre fue un hombre al que las historias se le aparecían delante. Había dejado Barranquilla, tras acabar el colegio, para mudarse a Bogotá y estudiar Medicina. Al tiempo prefirió enfocar sus energías en publicar su primer libro, al que llamo Mamboletras en medio del furor por la música de Pérez-Prado: cuentos repletos de humor, que decidió firmar bajo el seudónimo de Karabem, un anagrama de su apellido que mantendría como firma en los siguientes tres libros. De ese primero, fueron 500 ejemplares y una única edición que llegó a las vitrinas de algunas librerías y de la que él no supo más, después de que decidió dejar la facultad y volver a su ciudad en la costa atlántica de Colombia.
Ahora sólo existen los dos ejemplares que él atesora.
-Nidia mandó imprimir y empastar unas fotocopias, para regalarle a los amigos -sonríe William, mientras regresa de su biblioteca con dos volúmenes en las manos, la copia y original.
Después de su primera aventura literaria no pudo escapar de esa cadena vital que ponen las palabras. Mientras eso sucedía, varios oficios, empresas, labores se fueron superponiendo en su historia personal. Fue locutor de radio, comerciante, visitador médico. Se dedicó a vender seguros, se detuvo en el negocio de las joyas y tuvo decenas de alumnos mientras fue profesor de literatura. Sus trabajos podían cambiar, pero la rutina nocturna siempre era la misma, frente a su máquina de escribir.
Shakira tenía seis años y contemplaba a su padre teclear durante horas la máquina sobre su escritorio. Se escuchaba por toda la casa el sonido del metal golpeando el rodillo de aquella Olympia. Esa música de las letras que se graban sobre el papel fue lo que la hizo desear una máquina como la de su padre escritor. William Mebarack era ya en aquellos años un próspero empresario de origen libanés que había nacido en Nueva York, dos años después de la Gran Depresión, y que al cumplir cinco había llegado con sus padres en barco al puerto de Barranquilla, para asentarse allí. Cuando escribía, una niña lo observaba con cuidado. Entonces, Shakira cumplió siete años y pidió para Navidad su propia máquina de escribir. Esa noche llegó a sus manos una de color gris que no pararía de sonar en los siguientes años. Allí, Shakira escribiría salmos, poemas, cartas y sus primeras canciones.
Karabem tenía una columna en el periódico de Barranquilla que se llamaba "Si yo fuera presidente" y que daría título a su segundo libro, publicado casi cuatro décadas más tarde que el primero. Desde su columna, Mebarak se dirigía a los líderes del mundo para proponerles cosas que él, representando a sus lectores, creía que debía sugerirles. Quizá por eso, una Shakira de siete años, siguiendo sus pasos, decidió escribirle una carta a Ronald Reagan. Todavía ambos sonríen cuando cuentan que incluso él iba hasta el correo con las cartas y las enviaba a sus destinatarios. Shakira también recuerda haberle escrito a Arafat y a Gorbachov. "Nunca recibí respuesta", dice ella con picardía cuando habla del tema.
William Mebarak cuenta, esta mañana de sol, que la vocación de Shakira demoraría en aparecer con nitidez delante suyo, porque le gustaba escribir, pero también varias cosas más. Dice que tiene una foto que quiere mostrar, para explicarse mejor. Desaparece unos minutos. El departamento es grande y se ve como nuevo. Antes, Nidia Ripoll ha contado que fue un regalo de su hija y que ella quiso supervisar a los decoradores. Desde que se abre el ascensor se percibe que cada silla, lámpara, mesa, espejo, alfombra, pieza de arte han sido elegidos con gusto.
-Shaki, cuando viene para acá, es una más. Se sienta con sus amigas en el suelo y pasa horas conversando -dice Nidia.
Ahora Mebarack aparece de nuevo en el salón con una imagen del tamaño de una hoja de papel de carta. En la fotografía se ve a un Shakira de diez años, que sonríe a la cámara. Está de pie frente a su obra de arte: ha pasado largo rato dibujando a una mujer negra, que lleva una cesta de frutas en la cabeza. Al ver la imagen dibujada sobre el muro, es sorprendente el trazo y el tamaño del mural para un niño de esa edad.
-Llegué a pensar que Shaki podía dedicarse a la pintura, pero luego lo dejé a un lado -dice William.
Dejó esa idea el día que iban los dos, padre e hija, en el auto por la carretera. La radio sonaba y, como era habitual, William Mebarak iba cantando y su hija lo seguía.
-Mientras ella iba cantando, me di cuenta por primera vez de la voz que tenía, de ese vibrato que no parecía normal -recuerda él aún con asombro.
El cantaba y ella cantaba. El escribía y ella empezó a escribir. El la aplaudía y ella brillaba. Así había sido la historia entre ellos desde el inicio. El la llevaba a ver bailar danzas árabes y ella se convertía en la mejor aprendiz. El la convencía de que tenía buena voz y ella ganaba concursos. William Mebarak había sido desde siempre del tipo de padres que se convierten en los primeros fanáticos de sus hijos. Y Shakira Mebarak había sido del tipo de hijos que con una inyección permanente de confianza, podían digerir un talento natural y metabolizarlo en fenómeno perpetuo.
Ahora que Shakira -70 millones de discos vendidos, 10 Grammys, 14 millones de seguidores en Twitter, mil millones de reproducciones en YouTube, cinco mil niños educados por su fundación-, ahora que la hija de William Mebarak es la cantante latina más exitosa de la historia, ella sólo quiere tener una silla en primera fila para contemplar cómo su padre lanza su quinto libro a los 80 años, lleno de vida. Quiere ser ella la que lo vea subir al escenario.
Shakira llega al Hotel Hilton de Bogotá, rodeada por un contingente policial que bien podría ser el de un mandatario. Ha venido por unas horas a Colombia para el lanzamiento de Al viento y al azar, que ella ha promovido con entusiasmo, y para reunirse con el Presidente Juan Manuel Santos. William Mebarak ha llegado antes del brazo de Nidia Ripoll. Se lo ve relajado y alegre, porque ya tiene un ejemplar de su libro en la mano. Está fascinado como un niño. Al lado del escenario se ha montado una sala de espera, donde el autor está sentado, atento a que le avisen que es hora de aparecer.
Shakira aparece por una puerta lateral y la estrecha sala se repleta de gente que viene con ella. Impresiona ver a Shakira a ras de suelo y fuera de un videoclip. Va vestida con jeans negros, chaqueta oscura, zapatos altos y un pañuelo alrededor del cuello. Se acerca a su padre, con quien estuvo por la mañana, y lo saluda con un abrazo. Su madre le acomoda el cabello, mientras la cantante toma en sus manos, por primera vez, el libro terminado. Se la ve emocionada. Afuera se oye ya el barullo de los asistentes y de los periodistas. Unas 20 cámaras de televisión están apostadas sobre una tarima y una docena de fotógrafos tiene sus teleobjetivos apuntando al escenario. El ex Presidente de Colombia Andrés Pastrana se sienta en primera fila, y entonces anuncian por los altavoces a William Mebarak.
En el escenario, el escritor le cuenta al periodista Mauricio Vargas que en su libro están reunidos medio centenar de cuentos, poemas y varios ensayos que ha escrito por años. Habla frente a unas 300 personas y se roba el show. Habla con soltura, habla de su infancia, de sus amores. De sus padres migrantes. Tiene buen sentido del humor y hace reír al público. Habla de sus escritores favoritos. Shakira lo observa desde la primera fila. Mebarak viaja por sus influencias, por Joyce, por Dickens. Recuerda sus primeras y últimas lecturas. De pronto se queda en blanco tratando de recordar más escritores favoritos. Su hija le grita: "Los rusos". De inmediato se le vienen a la mente Tolstoi, Dostoievski. Después el entrevistador le pregunta por su próximo libro y dice que lo tiene avanzado. Que ya ha escrito la primera parte. Es la historia de Shakira, dice.
-Acabo de terminar la primera parte, llega hasta que ella tiene dieciocho años. Pero así como va su vida no voy a poder acabarlo pronto, creo -señala con frescura.
El entrevistador saluda a Shakira y la invita a subir. Ella se sienta en un sofá que ha estado vacío esperándola. Antes de responder la primera pregunta, ella lo piensa mejor, se vuelve a levantar y se acomoda al lado de su padre, sobre el brazo del sillón donde él está sentado. Le toma una mano.
-El primer libro que me regaló mi padre fue La isla del tesoro. Luego fue Khalil Gibran. Después seguí con sicología. No he sido mucho de leer novelas, me he dedicado más a leer historia, filosofía. Me sugirió autores como Albert Camus y Herman Hesse -dice.
Shakira ha aceptado subir al escenario a acompañar a su padre porque la presentación está por terminar. Su padre ha sido el centro del show por una hora y que ella esté ahora bajo las luces, tomándole la mano, parece ser un tributo. Un acto público de gratitud por lo que William Mebarak le ha dado. Como la vez que durante el Grammy invitaron a una docena de grandes cantantes latinos a rendirle un homenaje a Shakira, interpretando su repertorio. Lo que ella no sospechó es que el tributo cerraba con su padre en el escenario. Esa noche le dijo: "Te voy a cantar la canción que te cantaba cuando eras niña: 'Mi niña bonita'". Aquella vez, Shakira lloró en vivo para unos 300 millones de televidentes de todo el mundo.
Por todo eso, Shakira está al lado de su padre ahora.
-Desde que empecé a escribir mis primeras canciones, siete, ocho años, la primera persona a la que iba a cantárselas era a él. Sentí siempre un gran apoyo, y creo que me dieron mucha confianza. Creo que lo único que necesita un niño es confianza -dice.
William Mebarak retoma el tema del libro que quiere escribir. Le dice al entrevistador que la historia que va a contar de su hija, le servirá para explicar a otros padres cómo él lo hizo con ella.
Entonces, el público lo aplaude y los flashes lanzan nuevas ráfagas.
Shakira interviene y mira a su padre antes de sentenciar:
-Papi, suerte con tu biografía no autorizada. Hasta que no la lea yo, no está autorizada -dice, y desata una carcajada general.
William Mebarak le toma una mano y antes de despedirse del público le dice en tono de padre:
-Pero me la vas a autorizar ahora mismo.S
-A los diez años Shakira tenía quince canciones escritas- dice su padre, William Mebarak.
Es un hombre de una vitalidad arrolladora, que esta mañana habla de la estrella que es su hija con la minuciosidad de un biógrafo de celebridades. Está sentado en la luminosa sala de su apartamento, de pisos de madera pulida y grandes ventanales, por los que penetra el resplandor del sol de la costa atlántica de Barranquilla, en Colombia. Aunque el propósito de esta visita es hablar del libro Al viento y al azar, que él acaba de terminar de escribir, se entusiasma como cualquier padre al que le preguntan por su hija y deja para después su libro. A su lado está sentada Nidia Ripoll, su esposa y madre de la cantante. Es una mujer alegre y que, según su hija, tiene cierto aire a Michelle Bachelet. Un parecido que causó que el día que Shakira conoció a la ex presidenta en un acto oficial no resistió la tentación de ir a abrazarla: "Me recuerda a mi madre", le dijo.
Afuera, el aire pesa casi 40 grados pero aquí, adentro, en lo alto de esta torre de amplios apartamentos que miran al río Magdalena, la atmósfera es refrescante. Desde la sala contigua nos observa el retrato de la cantante ilustrado en óleo.
-Vi en el periódico que había un concurso de canto, y le dije a William: "tú dices que Shaki canta bien, déjala que participe" -recuerda ella como quien viaja dos décadas en el tiempo. Entonces, continúa narrando el origen de una leyenda del pop sin asombro alguno.
-Shaki, hay un concurso de canto para niños, ¿quieres participar?
-¿Yo sí canto bien, mami?
-Tu papá dice que cantas bien.
-Bueno, déjame que yo en la noche te contesto -le pidió Shakira.
Su madre ahora se ríe e interrumpe su propio relato:
-Ella siempre fue una viejita. Siempre salía con esas cosas. En la noche le pregunté: ¿qué has pensado entonces? Y ella me dijo, sí mami, sí voy a participar.
Mientras Nidia Ripoll parece haberse trasladado a la tarde en que le trazó sin querer un futuro promisorio a su única hija, William Mebarack la contempla fascinado, detrás de unas gafas de sol que usa en el día. Pareciera que él también recordase aquella escena como si hubiera ocurrido hace muy poco. La madre de Shakira cuenta que le pidió que se sentara a su lado. Ya que su hija se iba a enfrentar por primera vez a una competencia, ella decidió explicarle, por si acaso, cómo funcionaba el mundo.
-Shaki, ven que te quiero decir algo -le advirtió con cariño-. Tú al participar ya ganas, porque no cualquiera puede participar. Así que ya eres una ganadora. Vas a estar en un concurso donde habrá niños que canten mejor o peor que tú. El jurado es gente que se puede equivocar y se puede inclinar hacia otras personas, ¿entiendes?
-Yo sí voy a cantar y voy a ganar -recuerda Nidia Ripoll que le dijo su hija de diez años, antes de que alguien pudiera predecir que esa niña de voz inclasificable ganaría por tres años ese concurso.
Shakira siempre tuvo una seguridad demoledora.
Fue durante una temporada de conciertos en México cuando a Shakira le llegó el manuscrito del último libro de su padre. William Mebarak le había pedido que leyera cada página con bolígrafo en mano, y que le hiciera el favor de marcarle todas las sugerencias. Ella lo tomó muy en serio. Después de cada concierto, bajaba del escenario, llegaba a su hotel, se ponía piyama y trabajaba como editora de su padre. Le marcaba párrafos, le tachaba repeticiones, le sugería cosas. Ella había aprendido de él aquella devoción por las palabras, por escogerlas, por combinarlas, por escribirlas. No quería defraudar la responsabilidad de ser la primera lectora de aquel quinto libro, que sería el más difundido de todos.
William Mebarack había publicado su primer libro en los años 50 y desde entonces, al volver a casa luego de su trabajo, se sentaba a escribir sin parar, durante horas. Siempre fue un hombre al que las historias se le aparecían delante. Había dejado Barranquilla, tras acabar el colegio, para mudarse a Bogotá y estudiar Medicina. Al tiempo prefirió enfocar sus energías en publicar su primer libro, al que llamo Mamboletras en medio del furor por la música de Pérez-Prado: cuentos repletos de humor, que decidió firmar bajo el seudónimo de Karabem, un anagrama de su apellido que mantendría como firma en los siguientes tres libros. De ese primero, fueron 500 ejemplares y una única edición que llegó a las vitrinas de algunas librerías y de la que él no supo más, después de que decidió dejar la facultad y volver a su ciudad en la costa atlántica de Colombia.
Ahora sólo existen los dos ejemplares que él atesora.
-Nidia mandó imprimir y empastar unas fotocopias, para regalarle a los amigos -sonríe William, mientras regresa de su biblioteca con dos volúmenes en las manos, la copia y original.
Después de su primera aventura literaria no pudo escapar de esa cadena vital que ponen las palabras. Mientras eso sucedía, varios oficios, empresas, labores se fueron superponiendo en su historia personal. Fue locutor de radio, comerciante, visitador médico. Se dedicó a vender seguros, se detuvo en el negocio de las joyas y tuvo decenas de alumnos mientras fue profesor de literatura. Sus trabajos podían cambiar, pero la rutina nocturna siempre era la misma, frente a su máquina de escribir.
Shakira tenía seis años y contemplaba a su padre teclear durante horas la máquina sobre su escritorio. Se escuchaba por toda la casa el sonido del metal golpeando el rodillo de aquella Olympia. Esa música de las letras que se graban sobre el papel fue lo que la hizo desear una máquina como la de su padre escritor. William Mebarack era ya en aquellos años un próspero empresario de origen libanés que había nacido en Nueva York, dos años después de la Gran Depresión, y que al cumplir cinco había llegado con sus padres en barco al puerto de Barranquilla, para asentarse allí. Cuando escribía, una niña lo observaba con cuidado. Entonces, Shakira cumplió siete años y pidió para Navidad su propia máquina de escribir. Esa noche llegó a sus manos una de color gris que no pararía de sonar en los siguientes años. Allí, Shakira escribiría salmos, poemas, cartas y sus primeras canciones.
Karabem tenía una columna en el periódico de Barranquilla que se llamaba "Si yo fuera presidente" y que daría título a su segundo libro, publicado casi cuatro décadas más tarde que el primero. Desde su columna, Mebarak se dirigía a los líderes del mundo para proponerles cosas que él, representando a sus lectores, creía que debía sugerirles. Quizá por eso, una Shakira de siete años, siguiendo sus pasos, decidió escribirle una carta a Ronald Reagan. Todavía ambos sonríen cuando cuentan que incluso él iba hasta el correo con las cartas y las enviaba a sus destinatarios. Shakira también recuerda haberle escrito a Arafat y a Gorbachov. "Nunca recibí respuesta", dice ella con picardía cuando habla del tema.
William Mebarak cuenta, esta mañana de sol, que la vocación de Shakira demoraría en aparecer con nitidez delante suyo, porque le gustaba escribir, pero también varias cosas más. Dice que tiene una foto que quiere mostrar, para explicarse mejor. Desaparece unos minutos. El departamento es grande y se ve como nuevo. Antes, Nidia Ripoll ha contado que fue un regalo de su hija y que ella quiso supervisar a los decoradores. Desde que se abre el ascensor se percibe que cada silla, lámpara, mesa, espejo, alfombra, pieza de arte han sido elegidos con gusto.
-Shaki, cuando viene para acá, es una más. Se sienta con sus amigas en el suelo y pasa horas conversando -dice Nidia.
Ahora Mebarack aparece de nuevo en el salón con una imagen del tamaño de una hoja de papel de carta. En la fotografía se ve a un Shakira de diez años, que sonríe a la cámara. Está de pie frente a su obra de arte: ha pasado largo rato dibujando a una mujer negra, que lleva una cesta de frutas en la cabeza. Al ver la imagen dibujada sobre el muro, es sorprendente el trazo y el tamaño del mural para un niño de esa edad.
-Llegué a pensar que Shaki podía dedicarse a la pintura, pero luego lo dejé a un lado -dice William.
Dejó esa idea el día que iban los dos, padre e hija, en el auto por la carretera. La radio sonaba y, como era habitual, William Mebarak iba cantando y su hija lo seguía.
-Mientras ella iba cantando, me di cuenta por primera vez de la voz que tenía, de ese vibrato que no parecía normal -recuerda él aún con asombro.
El cantaba y ella cantaba. El escribía y ella empezó a escribir. El la aplaudía y ella brillaba. Así había sido la historia entre ellos desde el inicio. El la llevaba a ver bailar danzas árabes y ella se convertía en la mejor aprendiz. El la convencía de que tenía buena voz y ella ganaba concursos. William Mebarak había sido desde siempre del tipo de padres que se convierten en los primeros fanáticos de sus hijos. Y Shakira Mebarak había sido del tipo de hijos que con una inyección permanente de confianza, podían digerir un talento natural y metabolizarlo en fenómeno perpetuo.
Ahora que Shakira -70 millones de discos vendidos, 10 Grammys, 14 millones de seguidores en Twitter, mil millones de reproducciones en YouTube, cinco mil niños educados por su fundación-, ahora que la hija de William Mebarak es la cantante latina más exitosa de la historia, ella sólo quiere tener una silla en primera fila para contemplar cómo su padre lanza su quinto libro a los 80 años, lleno de vida. Quiere ser ella la que lo vea subir al escenario.
Shakira llega al Hotel Hilton de Bogotá, rodeada por un contingente policial que bien podría ser el de un mandatario. Ha venido por unas horas a Colombia para el lanzamiento de Al viento y al azar, que ella ha promovido con entusiasmo, y para reunirse con el Presidente Juan Manuel Santos. William Mebarak ha llegado antes del brazo de Nidia Ripoll. Se lo ve relajado y alegre, porque ya tiene un ejemplar de su libro en la mano. Está fascinado como un niño. Al lado del escenario se ha montado una sala de espera, donde el autor está sentado, atento a que le avisen que es hora de aparecer.
Shakira aparece por una puerta lateral y la estrecha sala se repleta de gente que viene con ella. Impresiona ver a Shakira a ras de suelo y fuera de un videoclip. Va vestida con jeans negros, chaqueta oscura, zapatos altos y un pañuelo alrededor del cuello. Se acerca a su padre, con quien estuvo por la mañana, y lo saluda con un abrazo. Su madre le acomoda el cabello, mientras la cantante toma en sus manos, por primera vez, el libro terminado. Se la ve emocionada. Afuera se oye ya el barullo de los asistentes y de los periodistas. Unas 20 cámaras de televisión están apostadas sobre una tarima y una docena de fotógrafos tiene sus teleobjetivos apuntando al escenario. El ex Presidente de Colombia Andrés Pastrana se sienta en primera fila, y entonces anuncian por los altavoces a William Mebarak.
En el escenario, el escritor le cuenta al periodista Mauricio Vargas que en su libro están reunidos medio centenar de cuentos, poemas y varios ensayos que ha escrito por años. Habla frente a unas 300 personas y se roba el show. Habla con soltura, habla de su infancia, de sus amores. De sus padres migrantes. Tiene buen sentido del humor y hace reír al público. Habla de sus escritores favoritos. Shakira lo observa desde la primera fila. Mebarak viaja por sus influencias, por Joyce, por Dickens. Recuerda sus primeras y últimas lecturas. De pronto se queda en blanco tratando de recordar más escritores favoritos. Su hija le grita: "Los rusos". De inmediato se le vienen a la mente Tolstoi, Dostoievski. Después el entrevistador le pregunta por su próximo libro y dice que lo tiene avanzado. Que ya ha escrito la primera parte. Es la historia de Shakira, dice.
-Acabo de terminar la primera parte, llega hasta que ella tiene dieciocho años. Pero así como va su vida no voy a poder acabarlo pronto, creo -señala con frescura.
El entrevistador saluda a Shakira y la invita a subir. Ella se sienta en un sofá que ha estado vacío esperándola. Antes de responder la primera pregunta, ella lo piensa mejor, se vuelve a levantar y se acomoda al lado de su padre, sobre el brazo del sillón donde él está sentado. Le toma una mano.
-El primer libro que me regaló mi padre fue La isla del tesoro. Luego fue Khalil Gibran. Después seguí con sicología. No he sido mucho de leer novelas, me he dedicado más a leer historia, filosofía. Me sugirió autores como Albert Camus y Herman Hesse -dice.
Shakira ha aceptado subir al escenario a acompañar a su padre porque la presentación está por terminar. Su padre ha sido el centro del show por una hora y que ella esté ahora bajo las luces, tomándole la mano, parece ser un tributo. Un acto público de gratitud por lo que William Mebarak le ha dado. Como la vez que durante el Grammy invitaron a una docena de grandes cantantes latinos a rendirle un homenaje a Shakira, interpretando su repertorio. Lo que ella no sospechó es que el tributo cerraba con su padre en el escenario. Esa noche le dijo: "Te voy a cantar la canción que te cantaba cuando eras niña: 'Mi niña bonita'". Aquella vez, Shakira lloró en vivo para unos 300 millones de televidentes de todo el mundo.
Por todo eso, Shakira está al lado de su padre ahora.
-Desde que empecé a escribir mis primeras canciones, siete, ocho años, la primera persona a la que iba a cantárselas era a él. Sentí siempre un gran apoyo, y creo que me dieron mucha confianza. Creo que lo único que necesita un niño es confianza -dice.
William Mebarak retoma el tema del libro que quiere escribir. Le dice al entrevistador que la historia que va a contar de su hija, le servirá para explicar a otros padres cómo él lo hizo con ella.
Entonces, el público lo aplaude y los flashes lanzan nuevas ráfagas.
Shakira interviene y mira a su padre antes de sentenciar:
-Papi, suerte con tu biografía no autorizada. Hasta que no la lea yo, no está autorizada -dice, y desata una carcajada general.
William Mebarak le toma una mano y antes de despedirse del público le dice en tono de padre:
-Pero me la vas a autorizar ahora mismo.S
Fuente: diario.latercera.com
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