Hace poco leí a Guillermo Raffo en estas páginas diciendo que
lo primero que se aprende en otra lengua es por lo general a maldecir.
No sólo es verdad, sino que además me parece saludable. Fontanarrosa se
explayó acerca de eso en 2004. Si no entendí mal, Raffo se refería a
algo que escapa a la inteligencia de los burócratas del Inadi, y que
consiste en que las malas palabras no sólo son útiles sino también
inofensivas cuando van acompañadas de otras palabras que serían
injuriosas o discriminadoras pronunciadas por separado. El lugar común.
Nadie piensa en una madre cuando escucha proferir “la puta madre”. Y si
lo hace, peor para él. Todos, de un modo u otro, ejercemos el arte poco
sutil del insulto, y quienes más lo cultivan son aquellos que los
evitan. Mi abuelo, por ejemplo. A Giorgio nunca le oí proferir una
maldición completa. Decía, por ejemplo: “¡Vergine put...!”, y se quedaba
ahí. Y sin embargo tengo la impresión de que se pasaba todo el día
diciendo malas palabras y cosas semejantes. “¡Figlio di...!”, decía.
“Porca Ma...!”, gritaba. “¡Dio ca...!”, vociferaba. Pero nunca terminaba
ninguna.
Los poetas siempre supieron maldecir de modos más o menos elegantes.
No me refiero a las maldiciones que deben de haber proferido en su vida
diaria, sino a las que esbozaron en sus poemas. Oliverio Girondo tiene
una maldición antológica (“Que tu mujer te engañe hasta con los buzones;
que al acostarse junto a ti, se metamorfosee en sanguijuela, y que
después de parir un cuervo, alumbre una llave inglesa...”, de
Espantapájaros). Henri Michaux tiene otra maldición memorable (“Los
animales se detienen a tu paso/ Los perros aúllan por la noche,
levantando la cabeza hacia tu casa/ No puedes huir/ No tienes ningún
hormigueo en la punta del pie/ Tu cansancio pone raíces de plomo en tu
cuerpo/ Tu cansancio es una larga caravana...”; de Yo remo). Recuerdo
otra maldición memorable, de W.H. Auden (Ya no deseo las estrellas:
apáguenlas;/ Empaqueten la luna y desmantelen el sol;/ Vacíen el mar y
barran los bosques/ Pues nada volverá a ser como antes”; de Paren todos
los relojes). Ese poema de Auden me recuerda algo.
Hay una canción de Shakira por la que imbéciles internautas de la
misma talla de nuestros burócratas políticamente correctos saltaron como
leche hervida. La canción tiene toda la misma estructura que el poema
de Auden, y termina diciendo: “Que se consuman las palabras en los
labios/ Que contaminen toda el agua del planeta/ O que renuncien los
filántropos y sabios/ Y que se muera hoy hasta el último poeta./ Pero
que me quedes tú”.
Los mencionados imbéciles le reprochaban todo, verso a verso, diciendo que en uno propiciaba la censura, que hacía un llamamiento a la destrucción del planeta, tonterías como esas.
También le reprochaban el contenido de otra, con esa manía de lectura literal que los estúpidos cumplen con correcta prolijidad. La canción decía: “No creo en Venus ni en Marte/ No creo en Carlos Marx/ No creo en Jean-Paul Sartre/ No creo en Brian Weiss”, para terminar diciendo: “Sólo creo en tu sonrisa”. Los idiotas a los que me refiero yo eran trotskistas, pero supongo que todos conocerán idiotas de otros bandos. No había modo de que entendieran que lo realmente reprochable hubiera sido que Shakira cantara: “No creo en Adolf Hitler”. Porque hasta Shakira sabe que después del arrebato enloquecedor y deformante del amor uno vuelve a las convicciones cotidianas.
Los mencionados imbéciles le reprochaban todo, verso a verso, diciendo que en uno propiciaba la censura, que hacía un llamamiento a la destrucción del planeta, tonterías como esas.
También le reprochaban el contenido de otra, con esa manía de lectura literal que los estúpidos cumplen con correcta prolijidad. La canción decía: “No creo en Venus ni en Marte/ No creo en Carlos Marx/ No creo en Jean-Paul Sartre/ No creo en Brian Weiss”, para terminar diciendo: “Sólo creo en tu sonrisa”. Los idiotas a los que me refiero yo eran trotskistas, pero supongo que todos conocerán idiotas de otros bandos. No había modo de que entendieran que lo realmente reprochable hubiera sido que Shakira cantara: “No creo en Adolf Hitler”. Porque hasta Shakira sabe que después del arrebato enloquecedor y deformante del amor uno vuelve a las convicciones cotidianas.
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